El dique seco muestra las falúas hurtadas
al océano blanco, rezumando su inquina:
cerca baten espumas y la brisa marina
mece un coro fulgente de velas desplegadas.
Hay últimos despojos de naves encalladas,
que se pudren, amargos, con la humedad salina
de este sol impasible que devora y calcina
toda la inútil isla de lavas arrojadas.
Hay linajes marchitos en larga decadencia,
marineros caídos y vástagos enfermos,
que miran los despojos con fatal indolencia.
Y así la inútil isla resulta, sin futuro,
toda una barca seca de malpaíses yermos,
varada ante la imagen del océano puro.
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