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domingo, 24 de junio de 2012

Los discípulos en Sais

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Retrato de Novalis. Franz Gareis. Óleo sobre lienzo.

Los discípulos en Sais puede considerarse como una de las obras más enigmáticas y fascinantes de Novalis. Esta novela nos presenta una hermandad de sabios, situados a medio camino entre la figura del filósofo, la del místico y la del científico, que se dedican al estudio de la naturaleza. Para estos sabios, la tarea del científico no difiere en lo esencial de la del místico o de la del filósofo, pues todos ellos aspiran a conseguir, por diversos medios, el conocimiento de la verdad, entendiendo por ésta el sentido de la existencia humana y de la existencia del mundo. Los miembros de esta hermandad se consagran con profunda devoción al estudio de la naturaleza, esperando que éste les ofrezca las claves necesarias para conocer el orden del universo. Dentro de ese estudio reviste una especial importancia la geología, pues los discípulos dedican buena parte de su tiempo a vagar por campos y bosques, recogiendo piedras de diferentes clases, que luego reúnen y clasifican en el templo de la hermandad. En este interés por las piedras y los minerales podemos advertir un eco del interés por la geología que sintió Novalis en su vida real, el cual surgió cuando hubo de tomar lecciones de esta disciplina para trabajar en la administración de las minas de sal de Weissenfels.

Los miembros de la hermandad conciben el universo como una red de semejanzas que se dan entre los seres que lo integran (así, consideran que existen semejanzas entre los diversos reinos de seres: el mineral, el vegetal y el animal). La naturaleza produce formas y estructuras similares en las diferentes categorías de seres. La finalidad que persiguen con su tarea es comprender la naturaleza (es decir, conocer la estructura y el orden de la misma). Novalis utiliza el templo de Isis situado en la antigua ciudad egipcia de Sais, al que alude el título de esta novela, como una metáfora del conocimiento de la naturaleza. En el interior de este templo, se encontraba una imagen de Isis cubierta por un velo. Este velo simboliza el profundo misterio que oculta la estructura de la naturaleza. Solo los miembros de la hermandad descrita en la novela, después de un largo y difícil aprendizaje, podrán descorrer el velo de la diosa, es decir, conocer el orden del universo y las leyes que lo rigen tal como son, lo cual constituye el máximo conocimiento al que puede aspirar el hombre: conocer, en suma, la verdad. Por otro lado, en esta novela ya aparece la idea de evolución. La naturaleza no se concibe como un ser estático, invariable, sino dinámico, pues está continuamente sufriendo cambios. Aunque la idea de evolución no se formulará de manera completa hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando Darwin publique su ensayo El origen de las especies, los pensadores y científicos de finales del siglo XVIII y principios del XIX ya la habían intuido. Por ejemplo, Goethe, en su actividad científica, formulará la teoría de la Urpflanze (en alemán, planta primigenia): según esta teoría, en tiempos remotos existió una planta que habría servido de prototipo a todas las demás, pues contenía las características de todas ellas. En la descripción de esta hermandad de sabios, se advierte el anhelo que sentían los primeros románticos alemanes de elaborar una ciencia total, una ciencia que unificara todas las disciplinas del saber, tanto las humanísticas como las científicas, con el fin de ofrecer una explicación general del mundo. En suma, encontramos un panorama muy diferente a la separación radical entre las ciencias y las humanidades y la especialización de las ramas del saber que han tenido lugar en la sociedad occidental desde la aparición del positivismo científico.

Después de la introducción filosófica con que arranca la novela, uno de los discípulos narra una leyenda alegórica, con el tono fabuloso de un relato infantil. El protagonista de esta leyenda, Hiacinthe, abandona su casa, sus padres e incluso a su amada, Rosenblüthe, para dirigirse caminando hasta Sais, la ciudad donde se encuentra el templo de Isis, y recibir allí las enseñanzas que calmarán su ansia de conocimiento. Después de un largo recorrido que lo conduce por diversos parajes, llega a las puertas del templo de Isis y se adormece –en esta alusión al sueño podemos advertir el irracionalismo de Novalis, para quien los sueños podían constituir verdaderas revelaciones. En el sueño, atraviesa las salas del templo, que le resultan familiares, pese a que no recuerda haber estado jamás en ellas, llega hasta la imagen de Isis y levanta el velo que la cubre. Nada más levantar el velo de la diosa, aparece su amada, Rosenblüthe. Los dos amantes terminan juntos, engendrando numerosos descendientes y gozando de la felicidad de la vida familiar. El significado de esta leyenda radica en la necesidad del amor para llegar al conocimiento profundo de la naturaleza. Solo a través de la experiencia del amor, a través de la unión con la persona amada, el hombre comprende el sentido último del universo. El amante supera sus carencias, las limitaciones inherentes a su ser individual, saliendo al encuentro de la persona amada. Novalis considera al hombre como un reflejo del universo y a éste como un reflejo del hombre, en la medida en que ambos guardan una serie de semejanzas en su estructura; por esta razón, la persona amada se convierte en un reflejo del cosmos para el amante, de manera que amar al otro equivale a amar el universo. Esta idea se manifiesta en un hermoso aforismo del autor: Mi amada es una abreviatura del universo, y el universo una prolongación de mi amada.

En Los discípulos en Sais, Novalis habla de la existencia de un alma general del universo, de la que todos los seres forman parte. Aquí puede apreciarse la influencia del panteísmo de Spinoza en su obra. Recordemos que Spinoza formuló el concepto de amor intelectual hacia Dios, que se define como el amor a la naturaleza (Spinoza, siendo panteísta, identifica a Dios con la naturaleza) que nace del conocimiento verdadero de ésta y que genera un sentimiento de profunda alegría. Sin embargo, no puede calificarse a Novalis de propiamente panteísta, pues efectúa una curiosa síntesis de panteísmo y cristianismo en su obra. En el pensamiento de Novalis, Cristo aparece como el único mediador directo o de primer grado entre Dios y el hombre, pues solo él se encuentra en relación directa con Dios; ahora bien, los demás seres del mundo pueden actuar como mediadores indirectos o de segundo grado entre Dios y el hombre, posibilitando la relación amorosa del hombre con Cristo, quien a su vez posibilita la relación amorosa del hombre con Dios. Esta síntesis de panteísmo y cristianismo no se aprecia en Los discípulos en Sais, sino en los Himnos a la noche, donde la amada de Novalis, Sophie, aparece como mediadora entre Cristo y el propio poeta. De ahí proviene la identificación de Sophie con la virgen María que Novalis llevará a cabo en los Himnos, pues una de las misiones fundamentales de María, en la teología cristiana, es la intercesión a favor de los hombres ante Dios.

Las conversaciones que los miembros de la hermandad mantienen en esta obra sirven a Novalis para introducir en ella un debate en el que cuatro discípulos exponen sus opiniones sobre la naturaleza y sobre el medio más adecuado para conocerla. Según Félix de Azúa, quien escribe el prólogo de esta edición de la obra, estos discípulos encarnan el pensamiento de varios filósofos contemporáneos de Novalis y el del propio poeta. Así, el discípulo que inicia esta discusión defiende las ideas de Schelling y de Schleiermacher. En las ideas de este discípulo notamos el influjo de la teoría de las correspondencias, según la cual la estructura del universo consiste en una serie de semejanzas que se dan entre el macrocosmos (la totalidad del universo) y el microcosmos (el ser humano). Por lo tanto, para Schelling y Schleiermacher el ser humano debe dedicarse al conocimiento de sí mismo, pues cuenta con escasas posibilidades de lograr un conocimiento seguro e infalible del mundo que lo rodea. De este modo, el hombre, estudiando su propia estructura, sus propias cualidades físicas y psíquicas, no solo se conocería a sí mismo, sino que también descubriría la estructura del universo.

El segundo discípulo defiende, en su parlamento, las teorías del filósofo Franz von Baader, contemporáneo de Novalis y miembro de la corriente de pensamiento conocida como filosofía de la naturaleza. Baader define la naturaleza como una insólita armonía, un equilibrio milagroso que han alcanzado todos los seres del cosmos en sus relaciones. Pone de manifiesto la diversidad de la naturaleza, describiéndola como un conjunto formado por una inmensa variedad de seres, y subraya las conexiones que unen a todos ellos, pues los seres no viven aislados, sino creando múltiples relaciones entre sí, influyendo unos sobre otros de manera continua. Considera que la influencia de unos seres sobre otros se produce a través de una especie de ciclo, que podría entenderse como una transmisión de energías en la que intervienen tres agentes: la naturaleza, los seres humanos y el espíritu universal (es decir, la inteligencia divina que se halla presente en todo el universo, cuya manifestación externa, perceptible para los sentidos, sería la naturaleza). Primero, la naturaleza influye sobre los seres humanos; luego, éstos influyen sobre el espíritu universal; finalmente, éste último influye de nuevo sobre la naturaleza, de manera que este ciclo de transmisión de energías queda cerrado. Así lo expresa este discípulo en sus palabras:

Es muy arriesgado […] querer recomponer […] a la Naturaleza, con la ayuda de sus fuerzas y de sus fenómenos externos, y considerarla ora como un fuego monstruoso, ora como un hecho accidental extrañamente conformado, como dualidad o trinidad, o como otra fuerza singular cualquiera. Sería más verosímil que fuese el producto de un acuerdo incomprensible entre seres infinitamente distintos, el nudo milagroso del mundo espiritual, el punto de unión y de contacto de innumerables universos.

[…]

nada es tan extraordinario como la gran homogeneidad y simultaneidad de la Naturaleza, la cual parece estar presente en todas partes y por entero. En la llama de una luz, todas las fuerzas de la Naturaleza están en actividad; y, así, en cada lugar, ella se representa y se transforma continuamente, haciendo brotar hojas, flores y frutos a un tiempo. Se halla, en medio de los siglos, presente, pasada y futura a la vez; y quién sabe en qué genero especial de lejanía trabaja de la misma manera; es probable que su sistema no sea más que un sol en el Universo, una luz, una corriente, cuyas influencias son percibidas, en primer lugar, por nuestro espíritu pero, fuera de éste, extienden sobre la Naturaleza el espíritu del universo y comunican, a otros sistemas, el alma del mismo.

El tercer discípulo defiende las teorías de Henrik Steffens, filósofo de origen noruego que se trasladó a Alemania, convirtiéndose en uno de los representantes de la filosofía de la naturaleza. Para Steffens, la naturaleza evoluciona conforme a un programa, a un plan establecido previamente. Por lo tanto, la misión del hombre consiste en averiguar este programa, con el fin de descubrir cómo se ha desarrollado hasta la actualidad y predecir cómo lo hará en el futuro. La disciplina más adecuada para llevar a cabo esta misión es la historia natural, que se encarga de explicar las diversas fases del desarrollo de la naturaleza; por ello, Steffens  le concede una gran importancia, considerándola como la única ciencia que permitirá acceder al verdadero conocimiento de la naturaleza. Sin embargo, Steffens afirma que en su época la historia natural era una disciplina en ciernes, que se hallaba en proceso de formación, pues aún no había logrado reunir suficientes conocimientos sobre su objeto de estudio ni ordenarlos de manera coherente para consolidarse como ciencia. En aquella época, los científicos solo habían realizado algunos descubrimientos en la materia, sentando las primeras bases de la historia natural.

En boca de un cuarto discípulo, Novalis expone su propia concepción de la naturaleza. Así, nos habla de la apropiación moral de la naturaleza, concepto que trataremos de explicar a continuación. Novalis cree en el mito de la edad de oro y considera que la naturaleza ha caído en un estado de degeneración, de decadencia, desde el fin de aquella edad. Ahora bien, el hombre está llamado a colaborar con la naturaleza; mediante su actividad creadora, transformadora, conducirá de nuevo la naturaleza hacia su perfección. Así, Novalis aduce como ejemplos de esta actividad la pintura, que organiza los colores de manera que dan lugar a un resultado hermoso; la danza, que enseña a los miembros del cuerpo humano a moverse de manera armoniosa; la domesticación de los animales, que permite acostumbrarlos a la convivencia con los hombres; o la jardinería, que reúne los elementos naturales para dar lugar a paisajes ordenados y armoniosos. Llevando la naturaleza a su perfección, el hombre conseguirá restaurar la mítica edad de oro, aquel periodo que Ovidio describió en sus Metamorfosis, en el que la humanidad vivía en un estado de felicidad general y de perfecta armonía con la naturaleza. De este modo, el hombre dota de una finalidad moral a la naturaleza, pues su tarea viene a remediar la decadencia en que aquélla se hundió desde el final de la edad de oro, orientando a los seres que la integran, tanto a los inertes como a los vivos, hacia la consecución del bien. Se nota claramente que Novalis mantiene una visión optimista de la actividad transformadora de la naturaleza que lleva a cabo el hombre. Ello podría deberse a que en el marco espacial y temporal en que escribe esta obra, la Alemania de finales del siglo XVIII, la revolución industrial apenas había comenzado y todavía distaba mucho de alcanzar su apogeo. En aquel entonces, ni siquiera se sospechaban las consecuencias negativas que la industrialización acarrearía: la conversión del hombre en una mercancía, cuyo valor se encarga de fijar el mercado, mediante la explotación de la clase trabajadora, y la conversión de la naturaleza en un mero recurso, cuya finalidad se reduce a suministrar materias primas para el desarrollo económico. Por otro lado, cuando se pregunta cómo acceder al conocimiento de la naturaleza, Novalis afirma que solo el poeta puede descubrir el sentido último de los fenómenos naturales, mediante el acercamiento intuitivo a éstos, lo cual supone un privilegio vedado al científico, cuya actividad se limita a describir las cualidades físicas de los objetos. De este modo, se pone de manifiesto el valor supremo que el escritor alemán concedía a la figura del poeta. Así lo expresa el cuarto de los discípulos en su parlamento:

Solamente los poetas han comprendido lo que la Naturaleza puede significar para el hombre, comentó un hermoso adolescente, y no es arriesgado afirmar que la solución más perfecta de la humanidad se encuentra en ellos y que, de ese modo, cada sensación se propaga con pureza por doquier, con sus infinitas modificaciones, a través del cristal y de la movilidad de dicha solución. Todo lo hallan en la Naturaleza, cuya alma solo a ellos no rehúye; y en el trato que mantienen con ella, los poetas buscan, con mucha razón, toda la dicha y el encanto de la edad de oro. La Naturaleza les ofrece la variabilidad de su carácter infinito; y, más que el hombre, ingenioso en grado sumo y pletórico de vida, sorprende por sus hallazgos y sus rodeos profundos, por sus encuentros y desviaciones, por sus grandes ideas y sus rarezas. El inagotable tesoro de sus fantasías no tolera que uno solo de sus amigos se aleje con las manos vacías. Todo lo embellece, lo anima, lo confirma; y si en ciertos detalles, diríase que solamente reina un mecanismo inconsciente y sin sentido, la mirada que penetra hasta el fondo de las cosas descubre una maravillosa simpatía hacia el corazón humano, en la coincidencia y en la continuación de los accidentes particulares. El viento es un movimiento del aire que puede obedecer a muchas causas externas; pero, ¿no os parece que tiene otro significado para el corazón solitario y henchido de deseos, cuando pasa, proveniente de alguna comarca muy querida y que con mil murmullos profundos y melancólicos aparenta disolver el sereno dolor, en hondo y melodioso suspiro de la Naturaleza entera? ¿Acaso el joven enamorado no halla expresada, también él, y con admirable veracidad, su alma saturada de flores, en la fresca y tierna vegetación de los campos primaverales? ¿Y puede la vivacidad de un alma que acaba de sumergirse en el oro del vino parecer más preciada y sonriente que en el racimo de uvas pesadas y brillantes, ocultas casi, bajo las hojas?

En los ejemplos que aduce Novalis en este pasaje de la obra, podemos comprobar cómo el poeta identifica sus estados de ánimo con los elementos de la naturaleza. Por ejemplo, el hombre solitario y lleno de deseos no realizados alivia su tristeza escuchando el suave rumor del viento; el enamorado ve reflejada su alegría en los campos floridos de la primavera; el hombre sumido en el entusiasmo gracias al vino encuentra una imagen de su estado de ánimo en el racimo de uvas. De este modo, el poeta descubre semejanzas entre su interioridad y el mundo exterior, entre el ser humano y la totalidad del universo.

Una vez que los cuatro discípulos han confrontado y debatido sus teorías, el maestro de la hermandad toma parte en el diálogo, y en su intervención parece respaldar veladamente la teoría de la apropiación moral de la naturaleza que ha formulado Novalis. Para acceder al conocimiento de la naturaleza, recomienda a los cuatro discípulos la adquisición de dos hábitos indispensables: vida discreta y sencilla, como la de un niño, e incansable paciencia. La tranquilidad propia de una vida discreta y sencilla se convierte en condición necesaria para alcanzar este conocimiento, pues, como reconoce el maestro, se puede considerar como muy raro el hecho de encontrar la verdadera inteligencia de la Naturaleza unida a la gran elocuencia, a la habilidad y a una vida notable, pues, generalmente, la acompañan palabras muy sencillas, un pensamiento recto y sincero, y una vida austera. Por otro lado, la paciencia se vuelve necesaria, pues no es posible determinar al cabo de cuánto tiempo revela la Naturaleza sus secretos. Ciertos elegidos los obtienen y conocen cuando aún son jóvenes; otros, solo a una edad avanzada. El maestro asocia el envejecimiento del cuerpo con la sabiduría del espíritu, pues afirma que el investigador verdadero jamás envejece; toda pasión eterna se halla fuera de los límites de la vida y, cuanto más se aja y se seca la envoltura externa, tanto más claro, resplandeciente y poderoso se torna el núcleo. Según el maestro, la adquisición de estos dos hábitos se opera, de modo fácil y frecuente, en el taller del artesano y del artista, allí donde los hombres están en contacto y tienen que luchar de mil maneras con la Naturaleza, en los trabajos del campo, de las minas y en la navegación, en la cría del ganado y en muchos oficios más. En este elogio del trabajo podríamos hallar un reflejo de la teoría de la apropiación moral de la naturaleza, pues, como ya hemos dicho, para Novalis el hombre conduce de nuevo la naturaleza hacia su perfección, mediante su actividad creadora, transformadora de la realidad.

Los discípulos en Sais. Novalis. Prólogo de Félix de Azúa. Editorial Hiperión.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen análisis,me ha aclarado algunos puntos que no había entendido bien, ya que el lenguaje es intrincado aunque también es sencillo , paradójicamente.

Ramiro Rosón dijo...

Estimado anónimo:

Me alegro de que mi texto te haya ayudado a comprender esta magnífica y enigmática obra de Novalis, pues con ese propósito lo escribí. Quizá su principal dificultad de lectura reside en el hecho de que contiene numerosas ideas filosóficas expresadas en un lenguaje cercano a la poesía, que confiere al texto una capacidad de sugerencia extraordinaria. Un saludo cordial.