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domingo, 26 de junio de 2022

Melilla

Valla alambrada que separa Melilla de Marruecos. Foto: El País

Han muerto, bajo cargas policiales,
treinta y siete migrantes africanos,
pasando las murallas criminales
que forjan los poderes inhumanos.

Aquí la humanidad, indiferente,
solo piensa tomarse vacaciones;
allí la sometieron, sordamente,
bajo peso de balas y cañones.

El África padece tiranía,
pero ya duele más la hipocresía
de la infeliz y decadente Europa:

borracha de su gran capitalismo,
luciendo su corona de egoísmo,
llena de sangre su lujosa copa.

jueves, 16 de junio de 2022

El papayero

Papayero en Santa Cruz de Tenerife. Foto: Ramiro Rosón

Como saeta firme, un papayero
del jardín se dispara, descollante,
nacido con su empeño fulgurante
de clavarse en el índigo cimero.

Sus hojas abanican al certero
sol que inflama su verde lujuriante,
velando su cosecha rebosante
de gráciles papayas con esmero.

De su andrógino porte disoluto
salen troncos de falos desatados
y también senos, como blando fruto,

ya que da la sustancia de mi anhelo
de pulpa, jugo y soles encarnados,
como parto sensual de tierra y cielo.

viernes, 10 de junio de 2022

La senda solitaria

La Vía Láctea vista desde el parque nacional del Teide. Fuente: Lainakai

No me turban los pálidos rumores
de la polis enferma
ni su largo declive enmascarado,
si ocultan bajo muros elegantes
un corazón repleto de basura.
¿Qué me importan los juicios de los otros,
insultos, alabanzas o desprecios
que surgen de volátiles pasiones,
hogueras que los años
reducirán a polvo y a ceniza?

Yo prosigo mi senda solitaria,
la que marcan agaves
y cardones, tejiendo un espinoso
pasadizo de cabras, hacia puros
manantiales, arriba,
donde tenues océanos de nubes
lagrimean su líquido tesoro.
Solamente deseo que mis pasos
hagan espejo limpio
de la senda celeste,
la que fulge en lo oscuro,
la que forman, temblando, las estrellas.

Yemayá

Yemayá (1970). Témpera sobre cartulina de Manuel Mendive.

(Canto afrocubano)

Tú, Yemayá, que guardas y revelas,
en piel de virgen, alma de yoruba,
marcando tus océanos de estelas,
traes el negro corazón de Cuba.

Tú, madre misteriosa de los mares,
amparas a los negros y mulatos,
los que dicen, al pie de tus altares,
plegarias en arcanos arrebatos.

De espuma son tus gráciles caderas,
en la hipnótica danza de tus olas,
y susurran tus ecos de riberas,
lejos de ti, las mudas caracolas.

Y tus negros cabellos anochecen
con el brillo de las constelaciones,
como tus negros ojos, que parecen
las aguas de nocturnos malecones.

Membranas de tambores africanos
te llaman a su trance, lisonjeras,
y en la noche de juegos antillanos
la costa se ilumina con hogueras.

Ínsulas de tabacos y aguardientes,
borrachas de salitres y de soles,
consultan los oráculos yacentes
en las conchas de mudos caracoles.

Despejan los enigmas del futuro,
quebrando sus herméticos baúles,
y ansían protegerse de lo oscuro
bajo tus grandes túnicas azules.

Y ponen rosas blancas y jazmines,
como tenues Ofelias, en tus aguas,
hurtándolos a campos y jardines
para tus oceánicas enaguas.

Ven, Yemayá, cumpliendo profecías,
y sálvanos de todos los agravios.
Tus hijos te dedican letanías
que salen de las puertas de sus labios:

Yemayá de las tardes calurosas,
de siesta sobre lánguidas hamacas;
Yemayá de mareas impetuosas,
de ciclones, tornados y resacas.

Yemayá de zumbidos musicales,
acunada con lentas habaneras;
Yemayá de salados arenales,
donde crecen aloes y palmeras.

Yemayá de manglares y de cayos,
de raíces ocultas en esteros,
Yemayá de sonoros guacamayos,
que invaden los enormes cocoteros.

Yemayá de los cocos navegantes
en azares de líquidos caminos;
Yemayá de los peces fulgurantes
en bajíos turquesas y opalinos.

Yemayá de las costas y ribazos,
duquesa de corales y atolones;
Yemayá de los bosques de sargazos,
que desatan ocultas floraciones.

Yemayá de veleros y de esquifes,
de buques encallados en las rocas;
Yemayá de las orcas matarifes,
de ballenas azules y de focas.

Yemayá del marino cementerio,
de cipreses y tumbas litorales;
Yemayá de la fosa del misterio,
donde nadan criaturas abisales.

Yemayá de la pesca soberana,
cosecha del océano fecundo;
Yemayá de la antigua caravana
del comercio marítimo del mundo.

Tú, ceiba santa, das al peregrino
claridad en la sombra de tu leño;
suave concha de borde nacarino,
rondas el archipiélago del sueño.

Conservas la memoria del esclavo,
que recogía sin descanso penas,
y el cimarrón, el insurgente bravo
que sacudió con armas las cadenas.

Evocas a los muertos de penuria,
fatigas, hambre, sed, humillaciones,
y a los pobres caídos en la furia
de las guerras que hicieron sus patrones.

Tú, Yemayá, la diosa afrocubana,
vigilas con antorchas en lo oscuro
la ansiada libertad, empresa humana
que sueña con la gente del futuro.