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martes, 26 de abril de 2022

La estatua desolada

Restos de una estatua del faraón egipcio Ramsés II,
situada en el templo de Luxor (Egipto). Fuente: Grace on Pace

(Fantasía sobre el poema Ozymandias, de Percy Bysshe Shelley)

En África yo seguía
los pasos de caravanas,
conociendo los enclaves
que no recogen los mapas.

Hallé en los desiertos una
gran estatua desolada,
como ciego vigilante
de la infinitud arcana.

Su porte me estremecía,
su figura me pasmaba,
mientras un sol de escorpiones
hería mi frente blanca.

Al empuje del siroco,
largas dunas enterraban
ese monumento osado
con su arenosa mortaja.

Desde la noche del tiempo,
su imagen se perfilaba,
con soledad imperiosa,
como sombra de fantasma.

Sus piernas aparecían
sin el torso que fundaban,
colosales como tallos
de palmeras africanas.

Desmintiendo la soberbia
de su roca mutilada,
sobre sus pies emergía
la cabeza de un monarca.

Y en silencio, con angustia,
sus ojos me confesaban
cómo lloran las grandezas
en la desértica nada.

miércoles, 6 de abril de 2022

Bucha

Un hombre pasea con su perro entre las ruinas de Bucha (Ucrania).
Fotografía de Daniel Berehulak. Fuente: New York Times

Los muertos hablan,
presentes
en el frío de las cunetas:
hablan de los horrores
insepultos
en el hondo silencio
después de la masacre.
Bajo la impúdica mañana,
sus brazos, como tenues
alas de palomas,
dibujan
con la sangre inútil
de sus venas
el relato de un crimen,
el testimonio
brutal de un genocidio.

Pero toda lengua
se derrumba,
se descompone,
se deshace,
bajo su forma
de llameante escombro,
como las casas profanadas,
como los hombres
y mujeres
muertos en las calles
o trémulos de miedo,
si cae en el abismo
de la pura violencia.

Cargando su desfile
de tempestades,
el ángel de la historia
lanza una carta
sobre los caminos.
La carta dice
lo siguiente:
“Fueron
las víctimas humanas,
humanos
los autores del crimen;
tan solo se requieren
dos hechos casuales
para que el mundo
se estremezca”.

domingo, 3 de abril de 2022

Elefante de guerra

Elefante asiático en el zoo de Kiev. Fuente: Wikipedia

(Al elefante asiático Horas, prisionero en el zoo de Kiev y aterrorizado por los bombardeos de la invasión rusa de Ucrania)

En el zoo de Kiev, un elefante
se enloquece, temblando temeroso,
cuando caen misiles,
y en cada bombardeo sus barritos
dejan hoyos de balas en las nubes.
Los atroces primates que encerraron
sus días entre verjas y murallas,
en absurda prisión, ahora juegan
a matarse en la danza de la muerte,
derribando peones
del ajedrez macabro de la historia.

En el zoo de Kiev, un elefante
descubre el corazón de la violencia,
tenebroso destello de lo humano.
Y el hombre que lo cuida
se lo lleva hasta un sótano de sombras
y le cierra su puerta, mientras oye
barritos fantasmales, como un eco
de millones de seres condenados
al infierno del mundo.
¿Qué linaje de bípedos furiosos
camina de los puños a las bombas,
a la fosa común de las criaturas?

En el zoo de Kiev, un elefante
llora constelaciones abatidas
a golpe de fusiles,
hasta que el mensajero de correos
venga con el sedante necesario
para que el animal se quede en calma,
de modo que no sufra
cuando suenen las bombas;
de modo que soporte sin gemidos
la infinita amenaza de las guerras,
un día más, ausente,
sonámbulo y desierto de emociones,
como sus atrapados carceleros.