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miércoles, 6 de abril de 2022

Bucha

Un hombre pasea con su perro entre las ruinas de Bucha (Ucrania).
Fotografía de Daniel Berehulak. Fuente: New York Times

Los muertos hablan,
presentes
en el frío de las cunetas:
hablan de los horrores
insepultos
en el hondo silencio
después de la masacre.
Bajo la impúdica mañana,
sus brazos, como tenues
alas de palomas,
dibujan
con la sangre inútil
de sus venas
el relato de un crimen,
el testimonio
brutal de un genocidio.

Pero toda lengua
se derrumba,
se descompone,
se deshace,
bajo su forma
de llameante escombro,
como las casas profanadas,
como los hombres
y mujeres
muertos en las calles
o trémulos de miedo,
si cae en el abismo
de la pura violencia.

Cargando su desfile
de tempestades,
el ángel de la historia
lanza una carta
sobre los caminos.
La carta dice
lo siguiente:
“Fueron
las víctimas humanas,
humanos
los autores del crimen;
tan solo se requieren
dos hechos casuales
para que el mundo
se estremezca”.

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