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viernes, 31 de diciembre de 2021

Volveré

Villa privada en la isla Nurai (Abu Dabi), lugar elegido por Juan Carlos de Borbón para su exilio dorado. Fuente: Natura Bissé 

(Diálogo entre Juan Carlos de Borbón y la matrona Hispania, a propósito del conflicto entre el rey emérito y su hijo Felipe, sobre el retorno del primero a España y el final de su exilio dorado en Abu Dabi)

JUAN CARLOS.—Felipe quiere verme desterrado,
pues odia su borbónico linaje.
HISPANIA.—Tú vuelve en ataúd, sin equipaje:
verás que te recibe con agrado.

JUAN CARLOS.—Seré el difunto más investigado.
HISPANIA.—Pues al menos disfruta de tu viaje,
con las huríes de sensual ropaje.
¡Que no sepa Corinna de tu enfado!

JUAN CARLOS.—¡Me cansan los arábigos desiertos!
HISPANIA.—No jodas a Felipe y a Letizia.
JUAN CARLOS.—¡Que los manchen de lodo mis entuertos!

HISPANIA.—¡Ay, estás loco! Mide tu inseguro
paso, rey de la impúdica malicia.
JUAN CARLOS.—¡Por mis cojones volveré! ¡Lo juro!

sábado, 18 de diciembre de 2021

Pino de Norfolk

Pino de Norfolk o araucaria excelsa en El Sauzal (Tenerife). Foto: Ramiro Rosón

Tú bebes un azul interminable,
pues bogas en océano celeste
y oceánico cielo, con su hueste
de nubes y mareas, incansable.

Tú, sutil araucaria formidable,
mandas que el infinito se recueste,
solo para que en ti se manifieste
su anhelo vertical, insuperable.

Pino de Norfolk, arribaste un día
de las islas australes del Pacífico,
donde el aire templado te mecía;

y a solas, en atlántico desvelo,
tú rodeas alzándote, magnífico,
los que ya son tu océano y tu cielo.

martes, 14 de diciembre de 2021

El cementerio

Cementerio de Nuestra Señora de los Remedios (Tegueste, Tenerife). Fuente: Entre piedras y cipreses

Estoy ausente, solo,
bajo los mares negros de la noche,
con su vano derroche
de fantasmagorías, y tremolo
mi enseña de quimérico soldado,
sin cruces ni coronas, desarmado.
Percibo que el siroco veraniego
me satura de plácido bochorno,
con ilusorio fuego,
y el barranco disuelve su contorno,
con las aguas caídas en la sombra
donde su ingente surco se desata,
negra fisura que la muerte nombra
con su lengua de plata.
Y en destellos de muros encalados
una calma profunda me estremece,
flotando sobre cielos despejados,
mientras la poderosa luna crece.
Nostálgicas de tenues luminarias,
las finas araucarias
entonan sus oscuras elegías,
en su canto de verdes opalinos,
y las hierbas ocultan los caminos
con sus tapicerías,
encubriendo señales y destinos.

Voy paseando, con sigilo serio,
sobre el mudo y arcano cementerio,
donde el aire se carga de pesares.
Piso una tumba rota
y el eco de los mares,
mensajero de inhóspitos lugares,
me cubre de lamentos de gaviota,
de música remota,
superando su líquida frontera.
Como la incuria dispersó, ligera,
las porciones de losa cuarteada,
bajo la sepultura destrozada
reposa la amarilla calavera,
que me interroga con miradas frías,
con su mortal desecho,
desde los misteriosos laberintos
de sus cuencas vacías.
La deposito fuera de su lecho,
donde suaves ejércitos de helmintos,
en su tráfago insano,
la muerden y consumen,
y mi derecha mano,
vacilante, sostiene su volumen,
su materia mortal de hueso duro,
como pálida imagen del futuro.
Soy un ramo de músculos y nervios,
impulsos maquinales y soberbios:
me creo fuerte y ágil,
en atrevida condición humana,
y al paso de la muerte soberana
tiembla de golpe mi osamenta frágil,
vasalla de su cruda monarquía.

Pero, si cada gota de energía
no se diluye, sino se transforma,
según su oculta norma,
¿qué temeré, sensato, de la muerte,
sino un cambio de género, de forma?
¿Qué teme la madera
si en calores de fuego se convierte
bajo sutil hoguera?
¿Qué más lujoso funeral espera?
Mi cuántico silencio me delata:
la muerte es el futuro,
pero, tras el anverso de lo oscuro,
la vida, como lámina de plata,
rebosará su límite seguro.
De las tumbas emergen amapolas,
vistiendo sus cadáveres de flores,
y las ardientes olas
de polvo y gases del espacio muerto
dan estrellas de pálidos fulgores,
que iluminan el cósmico desierto.

martes, 7 de diciembre de 2021

Sol de invierno

Muelle La Esfinge (Las Palmas de Gran Canaria). Foto: Ramiro Rosón

Cuando la sombra del invierno pasa
y elefantes de plomo, con sigilo,
cubren el ancho cielo con su masa
y el viento duele con su helado filo,

me pesa mi nostalgia del verano,
de sus eternos días, fulgurantes,
y sus noches de júbilo profano,
de copas y de juegos con amantes.

Y digo, para mí, que ni siquiera
conozco si el indómito deseo,
vistiendo su lejana primavera,
remontará del Hades como Orfeo.

Sobre playas envueltas en el frío,
donde golpean turbias marejadas,
responden a mi cántico baldío
los ecos de gaviotas desoladas.

Pero si un sol de invierno, solitario,
pinta azul en altura y oleaje,
me convierte en libérrimo canario
que sacude y entibia su plumaje,

cargado con celestes energías,
cuando toca su fuego las ventanas
de cavernas platónicas, umbrías,
en las torres y cúpulas urbanas,

pues esa luz, inmaterial tesoro
que buscan los humanos en sus grutas,
baña mi cuerpo frágil con el oro
cadente de mis alas diminutas.

Y en este sol de invierno me parece
que el verano despierta de su lecho,
clamando su retorno, y estremece
la habitación oscura de mi pecho.