La masa de turistas europeos
huye del frío, sobre tenues dunas,
y los hoteles hacen sus fortunas
en playas de quiméricos deseos.
Eros pide salvajes contoneos,
amando carnes falsamente brunas,
y el juego de miradas importunas
confunde Minotauros y Teseos.
Pero de golpe su ilusión acaba:
tras unos días tórridos, el huésped
huye de vuelta a su país helado.
Mientras, los hijos de la sorda lava
friegan alcobas o rasuran césped
en su gran paraíso destrozado.
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