Un támpax orejudo llega al trono
de la pérfida Albión, graciosamente,
y en su gesto de inútil insolente
reclama siervos con senil encono.
Lo visten ya de coronado mono,
para ilusión de la britana gente,
y envuelven su figura decadente
los oropeles de real patrono.
Va con él su Camila, tan ufana
que dice para sí: “¡Jódete, Diana!
¡Yo soy ahora lo que nunca fuiste!”
Y ese támpax murmura: “¡Qué desgana!
Tras una vida tonta y holgazana,
currando moriré... Madre, ¿qué hiciste?”
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