Sobre los anaqueles de madera, fastuosos,
hay licores que vienen de los buques mercantes:
el vodka, mensajero de témpanos errantes,
y los güisquis nacidos en páramos brumosos
dialogan bajo rones de climas bochornosos;
el azul curasao, con fulgores cambiantes
y líquidos, encubre sus naranjas fragantes
y un mezcal insinúa desiertos majestuosos.
En el bosque risueño de su coctelería,
todos esos licores demandan, a porfía,
que dejes en mi copa la huella de tus labios
y al momento brindemos, porque la suave noche
nos dirá si matamos juntos, en un derroche
de besos, a la muerte y a sus crudos agravios.
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