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martes, 23 de febrero de 2021

Un éxodo perpetuo

Fotografía de la Tierra desde la Luna, tomada por el astronauta William Anders. Foto: Wikipedia

La gran casa común llamada Tierra, además de efectuar sus movimientos orbitales, atraviesa el vacío cósmico a dos millones de kilómetros por hora, como sucede con todos los cuerpos celestes de la Vía Láctea. Aunque podamos retornar una y otra vez a la morada o al hospital donde nacimos, acariciando sus paredes con entusiasmo o nostalgia, nunca podremos desandar nuestros pasos hasta el punto exacto del espacio-tiempo donde vinimos al mundo. Las calles o los caminos que recorremos todos los días nunca permanecen en el mismo sitio, sino que navegan como las botellas por los océanos o vuelan como las hojas por los aires, en una invisible fuga hacia un horizonte desconocido. Incluso si nos quedamos quietos en una habitación, como recomienda Pascal en sus Pensamientos para buscar la felicidad, estaremos viajando con rapidez vertiginosa, galopando a través del universo dentro de una nave espacial desbocada. ¿Qué sentido tiene, entonces, la idea de la patria desde la mirada inmensa de la cosmología, si todos vivimos un éxodo perpetuo desde la noche, si nuestra vida se desarrolla como diáspora desde la cuna hasta la tumba, e incluso nuestras cenizas continuarán viajando en su definitivo reposo? Aquí, en esta bola de cieno, como Voltaire la llamaba en su relato Micromegas, nos descuartizamos por la ilusión de poseer unas coordenadas fijas en el espacio, por un sueño que se escapa de nuestras manos como un puñado de arena. Deberíamos renunciar a las promesas del espejismo, porque no hay manera de sustraernos al incesante flujo de toda la materia.

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