Mi carne sea máquina de goce,
recipiente de lúbricos anhelos,
y solo ponga límite de vuelos
para que su lujuria no destroce
ni la fogata indómita ni el roce
de los cuerpos unidos, entre velos
de sábanas elásticas, de cielos
que ningún ángel busca ni conoce.
Mi carne sea búcaro suntuoso
que se colme de vino licoroso,
caros ungüentos, vírgenes aceites,
y al fin, cuando la muerte lo sacuda,
recuerde la cerámica desnuda,
con su leve perfume, sus deleites.
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