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viernes, 22 de mayo de 2020

Sin noticias de Dios

Detalle del Juicio final de Miguel Ángel. Fuente: Historia-arte.com

Soñé que caminaba solo por un insólito paraje, una suerte de inframundo coronado por un cielo oscuro, lleno de nubes negras. Me encontré con un puente de cemento y asfalto, levantado sobre un río de aguas mansas y poco profundas. Mientras cruzaba el puente, vi algunos hombres y mujeres desnudos en el río, semejantes a las figuras que pintó Miguel Ángel en el Juicio final de la capilla Sixtina; las aguas apenas les cubrían un poco más arriba de los tobillos, pero no cesaban de quejarse con murmullos, agitándose con espasmos y con muecas de amargura, como si padecieran un tormento desconocido. Pensé que se trataba de un grupo de locos reunidos allí por alguna forma de alucinación colectiva.

En aquel momento, escuché una voz que me informó de que estaba cruzando el infierno y los hombres y mujeres que miraban mis ojos eran los condenados a suplicios eternos. Me pregunté lo que Dante jamás se hubiera atrevido a preguntarse en la Divina comedia: qué sentido había detrás de todo aquello. Sentí la crueldad y el absurdo inherentes a aquel castigo sin fin, decretado sobre criaturas frágiles y perecederas, víctimas de la ignorancia en que su propio creador las había arrojado al mundo. Levanté la cabeza, miré el cielo de nubes oscuras y grité con todas mis energías: “¡Señor!” No se trataba tanto de una blasfemia como de un lamento desesperado. Al eco de mi grito, las nubes se agitaron y el cielo se iluminó de súbito con un rayo. Temí que la ira divina se manifestase, pero no hubo nada más.

Proseguí mi camino y entré en un edificio que guardaba un laberinto de escaleras y ascensores. Después de haber cruzado el infierno, pisar un laberinto me resultaba incluso anodino, pues sabía que en alguna parte se encontraba la salida. Anduve subiendo y bajando a través de sus plantas, a través de escaleras, pasillos y ascensores, hasta que hallé una puerta de salida en el tercer piso y desemboqué en una especie de jardines escalonados. Un sol matinal acariciaba el césped y los arbustos. Algunos patos nadaban en una fuente. Me alegré de verme lejos de aquel inframundo tenebroso. En todo caso, no tuve noticias de Dios. No descubrí su corte de santos, ni su guardia pretoriana de ángeles, ni su trono de luz eterna, a diferencia del insigne Dante. Luego me desperté.

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