Retrato de Ugo Foscolo. Óleo sobre lienzo de Natale Schiavoni. Galleria d'Arte Moderna (Florencia). |
Dei Sepolcri (A Ippolito Pindemonte) Parte I All’ombra de’ cipressi e dentro l’urne Confortate di pianto è forse il sonno Della morte men duro? Ove più il Sole Per me alla terra non fecondi questa Bella d’erbe famiglia e d’animali, E quando vaghe di lusinghe innanzi A me non danzeran l’ore future, Nè da te, dolce amico, udrò più il verso E la mesta armonia che lo governa, Nè più nel cor mi parlerà lo spirto Delle vergini Muse e dell’Amore, Unico spirto a mia vita raminga, Qual fia ristoro a’ dì perduti un sasso Che distingua le mie dalle infinite Ossa che in terra e in mar semina morte? Vero è ben, Pindemonte! Anche la Speme, Ultima Dea, fugge i sepolcri; e involve Tutte cose l’obblio nella sua notte; E una forza operosa le affatica Di moto in moto; e l’uomo e le sue tombe E l’estreme sembianze e le reliquie Della terra e del ciel traveste il tempo. Ma perchè pria del tempo a sè il mortale Invidierà l’illusion che spento Pur lo sofferma al limitar di Dite? Non vive ei forse anche sotterra, quando Gli sarà muta l’armonia del giorno, Se può destarla con soavi cure Nella mente de’ suoi? Celeste è questa Corrispondenza d’amorosi sensi, Celeste dote è negli umani; e spesso Per lei si vive con l’amico estinto E l’estinto con noi, se pia la terra Che lo raccolse infante e lo nutriva, Nel suo grembo materno ultimo asilo Porgendo, sacre le reliquie renda Dall’insultar de’ nembi e dal profano Piede del vulgo, e serbi un sasso il nome, E di fiori adorata arbore amica Le ceneri di molli ombre consoli. Sol chi non lascia eredità d’affetti Poca gioia ha dell’urna; e se pur mira Dopo l’esequie, errar vede il suo spirto Fra ’l compianto de’ templi Acherontei, O ricovrarsi sotto le grandi ale Del perdono d’lddio: ma la sua polve Lascia alle ortiche di deserta gleba Ove nè donna innamorata preghi, Nè passeggier solingo oda il sospiro Che dal tumulo a noi manda Natura. Pur nuova legge impone oggi i sepolcri, Fuor de’ guardi pietosi, e il nome a’ morti Contende. E senza tomba giace il tuo Sacerdote, o Talia, che a te cantando Nel suo povero tetto educò un lauro Con lungo amore, e t’appendea corone; E tu gli ornavi del tuo riso i canti Che il lombardo pungean Sardanapalo, Cui solo è dolce il muggito de’ buoi Che dagli antri abduani e dal Ticino Lo fan d’ozi beato e di vivande. O bella Musa, ove sei tu? Non sento Spirar l’ambrosia, indizio del tuo nume, Fra queste piante ov’io siedo e sospiro Il mio tetto materno. E tu venivi E sorridevi a lui sotto quel tiglio Ch’or con dimesse frondi va fremendo Perchè non copre, o Dea, l’urna del vecchio, Cui già di calma era cortese e d’ombre. Forse tu fra plebei tumuli guardi Vagolando, ove dorma il sacro capo Del tuo Parini? A lui non ombre pose Tra le sue mura la città, lasciva D’evirati cantori allettatrice, Non pietra, non parola; e forse l’ossa Col mozzo capo gl’insanguina il ladro Che lasciò sul patibolo i delitti. Senti raspar fra le macerie e i bronchi La derelitta cagna ramingando Su le fosse e famelica ululando; E uscir del teschio, ove fuggìa la Luna, L’ùpupa, e svolazzar su per le croci Sparse per la funerea campagna, E l’immonda accusar col luttuoso Singulto i rai di che son pie le stelle Alle obblîate sepolture. Indarno Sul tuo poeta, o Dea, preghi rugiade Dalla squallida notte. Ahi! sugli estinti Non sorge fiore ove non sia d’umane Lodi onorato e d’amoroso pianto: [...] |
Los sepulcros (A Ippolito Pindemonte) [1] Parte I Con sombras de cipreses y en las urnas consoladas por llanto, ¿es menos duro el sueño de la muerte? Cuando el sol para mí no fecunde más en tierra su hermosa grey de hierbas y animales, y entonces, cuando leves, con halagos, no bailen para mí futuras horas, ni de ti, dulce amigo, sienta el verso ni la triste armonía que lo rige, ni ya en mi corazón hable el espíritu de las vírgenes musas y el Amor, único numen de mi vida errante, ¿qué consuelo podrá dar una piedra que me distinga de los infinitos huesos que en tierra y mar siembra la muerte? ¡Es verdad, Pindemonte! La Esperanza, última diosa, deja los sepulcros; todo cubre el olvido con su noche; y lo fatiga trabajosa fuerza paso a paso; y al hombre, con sus tumbas y los últimos rostros y vestigios de la tierra y el cielo, muda el tiempo. Pero… ¿por qué el mortal, antes de tiempo, envidia la ilusión que, cuando muere, lo sujeta a los límites de Dite? [2] ¿Quizá no vive incluso bajo tierra, cuando no siente la armonía diurna, si logra despertarla con amables cuidados en la mente de los suyos? Celeste es esta gran correspondencia, celeste don humano; y a menudo con el amigo muerto viven ellos y el muerto con nosotros, si piadosa la tierra que lo acoge y lo nutría, dándole último asilo en su regazo materno, guarda sus reliquias sacras de la cruel intemperie y del profano pie del vulgo, y un nombre está en la piedra, y, con sus flores, árboles amigos las cenizas consuelan con su sombra. Solo quien no le deja afecto a nadie goza poco en la urna; y cuando mira sus exequias, ve cómo su alma yerra entre el llanto en los templos de Aqueronte[3], o se cobija tras las grandes alas del divino perdón; pero su polvo yace en ortigas de desierto suelo, donde ni dama enamorada reza, ni el peregrino escucha los suspiros que nos manda del túmulo Natura. Hoy nueva ley se impone a los sepulcros, sin piadosas miradas, y a los muertos roba el nombre. Y sin lápida, Talía, yace tu sacerdote[4], cuyo canto, con largo amor, bajo su pobre techo, regó un laurel y te ofrendó coronas; y con tu risa ornabas las canciones que herían al lombardo Sardanápalo[5], quien ama los mugidos de los bueyes[6] que en las grutas abduanas[7] y el Ticino[8] lo distraen con ocios y con viandas. Oh, bella Musa, ¿dónde estás? No noto que espire la ambrosía de tu numen entre las plantas donde yo me siento y añoro mi morada. Y tú venías con tal de sonreírle bajo el tilo que ya con sus caídas hojas tiembla. Diosa, ¿por qué no cubres al anciano que fue cubierto ya de calma y sombra? ¿Miras, entre los túmulos plebeyos errante, dónde está la sacra testa de tu Parini? Sombras no le pone entre sus muros la ciudad, lasciva de cantores eunucos seguidora[9], ni piedra, ni inscripción; tal vez sus huesos ensangrienta un ladrón decapitado que dejó en el cadalso los delitos. Oigo que raspa escombros y tocones la abandonada perra, paseando las fosas, con famélicos aullidos, y del cráneo surge, tras la luna, la abubilla, volando por las cruces dispersas en la fúnebre campaña, y maldice, con lóbrego lamento, la luz que mandan, pías, las estrellas a olvidados sepulcros. Diosa, en vano para tu vate pides el rocío de la escuálida noche. De los muertos no surge flor a menos que la críen humanas loas y amoroso llanto. |
(Traducción propia)
Notas
1. Ippolito Pindemonte (Verona,1753 – íd., 1828) fue un escritor y traductor italiano cuya estética se sitúa en la transición del neoclasicismo al romanticismo. Ugo Foscolo mantuvo una larga amistad con Pindemonte y con él compartió la influencia del autor inglés Thomas Gray, cuyo poema Elegy written in a country churchyard (Elegía escrita en un cementerio de aldea) inspiró profundamente a los dos autores italianos. De hecho, hacia 1807 Pindemonte se encontraba escribiendo un poema titulado I cimiteri (Los cementerios), pero, cuando le llegó la noticia de que Foscolo iba a publicar su oda Los sepulcros, interrumpió su escritura. Como gesto de respeto y deferencia hacia su amigo, Foscolo menciona a Pin demonte en la dedicatoria de Los sepulcros. De cualquier forma, en 1808 Pindemonte publicó otro poema con el mismo título –I sepolcri–, en el cual trata el asunto de la muerte y los ritos funerarios en un tono más intimista que Foscolo, cuyo texto se plantea desde un punto de vista filosófico y civil.
2. Dite era un dios romano de ultratumba, cuyas funciones podrían equipararse a Hades en la mitología griega. Los “límites de Dite”, por lo tanto, aluden al inframundo en que, según las creencias grecorromanas, habitaban las almas de los muertos.
3. En la mitología grecorromana, el Aqueronte era un río del inframundo en que las almas de los muertos sufrían y lloraban por las malas acciones que habían cometido en vida.
4. El “sacerdote de Talía” al que Foscolo alude –y al que menciona expresamente unos versos más adelante– es el poeta italiano Giuseppe Parini (Bosisio, 1729 – Milán, 1799). En la mitología grecorromana, Talía es la musa de la comedia y la poesía bucólica, de modo que la referencia a Parini se enlaza con el gusto de este autor por la evocación de la naturaleza y la vida campestre en sus obras.
5. Alusión satírica a Napoleón Bonaparte, que había invadido Lombardía en la década de 1800, en el marco de las guerras napoleónicas. Desde la Antigüedad, la tradición considera a Sardanápalo (Asurbanipal, en babilonio) como ejemplo de rey entregado a una vida ociosa y disoluta, por lo cual Foscolo equipara a Bonaparte con esta figura para denigrarlo.
6. Quizá Foscolo no solo se refiere a los bueyes empleados para arar los campos, sino que también se burla sutilmente de los lombardos partidarios o colaboracionistas del imperio napoleónico, calificándolos de “bueyes” por su mansedumbre y sumisión a la potencia invasora.
7. Las “grutas abduanas” serían las cuevas de las que nacen las aguas del río Adda (“Abdua” en latín), el cual discurre por gran parte de la región de Lombardía.
8. El cantón del Tesino es una región situada en el sur de los Alpes y perteneciente en la actualidad a Suiza, la cual limita con la frontera norte de Italia. En la década de 1800, esta región también formaba parte del imperio napoleónico.
9. Foscolo lamenta que Milán, la ciudad en que Parini pasó gran parte de su vida y murió, no fuera capaz de erigir en su época ningún monumento dedicado a la memoria de este poeta y, por el contrario, dedicara toda su atención a aplaudir fervorosamente a los castrati, cantantes sometidos a la castración en su infancia para conservar la agudeza de sus voces infantiles y que gozaron de popularidad en el siglo XVIII, por el gran virtuosismo que alcanzaron algunos.