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sábado, 29 de febrero de 2020

Un cíborg en la noche

Neil Harbisson, artista cíborg. Fuente: Nobbot

Si el rabino de Praga, sabio oscuro,
hizo un Golem de rígida apariencia,
y entonces, declamando su conjuro,

lo despertó, sin más, a la conciencia,
no soñaba que el código binario,
fragua de maquinal inteligencia,

despertara al robot involuntario
del ensueño de plástico y silicio,
del marasmo de torpe funcionario,

y así le concediera, con su inicio,
funciones de lenguaje y pensamiento,
solo para la carga de su oficio.

Pero vino después el sentimiento
y el robot, en alternas emociones,
conoció la dulzura y el tormento

del humano, que sigue las pasiones,
como los mares pierden sus navíos
con altos oleajes y tifones,

y conoció los rumbos y desvíos
del corazón, indómito y arcano
como las aguas de los anchos ríos;

y al cabo se fundió con el humano,
como cíborg de músculos mortales,
hechos de polvo cósmico y lejano,

y osamenta labrada con metales,
prodigio de mecánica dureza
para las aventuras espaciales.

Sus neuronas pensaron la grandeza
del cosmos, con audaces algoritmos
que definen su inhóspita belleza,

y a coro, solventando logaritmos,
las cárdenas y azules nebulosas
confesaron el eco de sus ritmos.

De las oscuridades misteriosas
emergen las galaxias, evidentes,
y la naturaleza de las cosas,

larga suma de números ingentes,
forma desde su gran laboratorio
la danza de los átomos ardientes.

Pero, después, el cíborg ilusorio
camina los océanos astrales
como sombra de pálido mortuorio,

que la ciencia de fórmulas cabales
no pone fin a su melancolía
ni soluciona sus eternos males;

y en soledad escribe poesía,
solicitando signos al misterio,
si la noche de tenue melodía
le descubre su enorme planisferio.

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