cuando la tierra, sigilosa, duerme;
toca las dunas de mi piel inerme,
cuando reposa todo, salvo un coche
que guían las farolas, en derroche
de sombras dilatadas: quiero verme
como soy, en tus ojos, y caerme,
sin que el ausente cielo me reproche.
Ámame tú, mi corazón furtivo,
y olvidaré sin pena casi todo,
bienes y males, con algún esquivo
canje de besos, en algún recodo,
para que mi deseo fugitivo
consiga de tus labios acomodo.
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