Volcán dormido,
tú recubres de nieves emergentes
y de magmas ocultos
el cuerpo inerme de esta isla,
rozando la frontera del aire.
Quizá mi sangre tiembla,
como sismógrafo secreto,
dibujando sin pausa
la cadencia de tus latidos.
Bajo la tarde resplandecen
los olivinos de tus muros,
como verdes fogatas,
y se encorvan los cedros antiguos,
encadenados a tus roques.
En el árido llano,
los esqueletos de los tajinastes
anuncian el momento
de su gran eclosión de semillas,
que nacerán de polvo
como supernovas carmesíes.
Atalaya cósmica, sagrado
vértice de mis anhelos,
tu caldera se yergue como cuna
para un ángel remoto;
desértica y helada, se corona,
marcando sus paredes
con almenas de constelaciones,
y rompe el techo de las nubes
como un día Breton la mirase,
con los ojos alucinados.
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