Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,y aunque no hubiera infierno, te temiera.
(ANÓNIMO)
I
Aunque no fueras hijo
de ningún dios, en este mundo inútil,
ni concibiera tus humanas carnes
el útero celeste de una virgen,
y tampoco salieras de la tumba,
en el día tercero de tu muerte;
y aunque solo seamos
vanos primates, ángeles deformes
que sueñan alas en las noches puras,
y lloremos a solas
porque no conseguimos elevarnos
de este légamo oscuro,
donde muerden parásitos y larvas
hasta gélidos huesos;
y aunque muchos mataron
y matan orgullosos en tu nombre,
con lanzas, con fusiles, con imperios,
y olvidan con sus leyes inhumanas
tu frágil situación de condenado;
y aunque somos, tal vez, irredimibles,
enfermos de la cósmica ceguera,
yo miro, con escándalo y asombro,
tu deseo mortal de redimirnos
a todos los humanos de la historia
con el enorme precio de tu sangre,
lo cual te diferencia
de múltiples abortos de mesías,
incluso fracasado.
Semejante deseo
no puede sostenerse con razones,
pues vive más allá de las palabras.
Déjame verte, en diáfano silencio,
y admirar en silencio lo imposible.
Que tus manos reciban
mi plegaria sin fe, desnuda y sola,
tan absurda como una carta,
delgadísimo folio,
cuyo destinatario
no conoce los márgenes del tiempo.
II
La sombra de tu muerte,
Jesús crucificado,
rompe los muros de tu iglesia:
forma grietas de sol en sus vitrales,
como las aguas brotan de los montes
y cabalgan, surcando los barrancos,
a los océanos antiguos.
Hoy, al margen de los decretos,
de las hogueras,
de las atrocidades,
como un lirio que surge del escombro,
nos ha quedado tu figura muerta,
solo pendiente
de la cruz desolada que recoge
su pálida agonía.
Rondamos tu misterio,
para asomarnos a la boca de un pozo
con los ojos vendados,
apenas intuyendo lo que mana
de su profundo corazón de sombra.
Quizá no lo sepamos nunca,
porque nacimos del todo ciegos,
pero tu sangre solo quiere darnos
la visión clara que jamás tuvimos.
Nada me importa
si no puedes oírme
desde tu leño de tortura.
Jesús crucificado,
rompe los muros de tu iglesia:
forma grietas de sol en sus vitrales,
como las aguas brotan de los montes
y cabalgan, surcando los barrancos,
a los océanos antiguos.
Hoy, al margen de los decretos,
de las hogueras,
de las atrocidades,
como un lirio que surge del escombro,
nos ha quedado tu figura muerta,
solo pendiente
de la cruz desolada que recoge
su pálida agonía.
Rondamos tu misterio,
para asomarnos a la boca de un pozo
con los ojos vendados,
apenas intuyendo lo que mana
de su profundo corazón de sombra.
Quizá no lo sepamos nunca,
porque nacimos del todo ciegos,
pero tu sangre solo quiere darnos
la visión clara que jamás tuvimos.
Nada me importa
si no puedes oírme
desde tu leño de tortura.
Nada me importa
si eres incapaz de salvarme.
Nada me importa
si no causas milagros.
Déjame que yo no te rece
ni te suplique nada,
sino verte en silencio,
ligando tu silencio con el mío.
Porque ya solo tu silencio
puede contarnos algo
de la verdad ausente, fugitiva.
Ya solo tu silencio,
con sus labios quemantes,
incendiará tus últimas palabras
–verdad, amor, justicia–,
cuanto los siglos hoy esconden
bajo su densa pátina de sombras.
si no causas milagros.
Déjame que yo no te rece
ni te suplique nada,
sino verte en silencio,
ligando tu silencio con el mío.
Porque ya solo tu silencio
puede contarnos algo
de la verdad ausente, fugitiva.
Ya solo tu silencio,
con sus labios quemantes,
incendiará tus últimas palabras
–verdad, amor, justicia–,
cuanto los siglos hoy esconden
bajo su densa pátina de sombras.
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