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viernes, 22 de octubre de 2021

Solsona vale una misa

Adán y Eva (1921). Óleo sobre lienzo de Franz von Stuck.

(De cuando el exobispo de Solsona fue suspendido a divinis, por haber presentado solicitud para contraer matrimonio civil con la escritora Silvia Caballol)

Santa Iglesia, justa madre,
cuya santa ley sanciona,
como riguroso padre,
al obispo de Solsona
por su erótico desmadre,

¿piensas que no duerme, inquieto,
si no puede cantar misa?
Ya no te guarda respeto:
desde su alcoba, discreto,
se está aguantando la risa.

Tal hijo, con entusiasmo,
disfruta su lecho inmundo,
pues, aunque dure un segundo,
cambiará por un orgasmo
todas las misas del mundo.

Mosén, responde si quieres:
cuando sufres calentura
de súbito, ¿qué prefieres
–las misas o las mujeres–
para servirte de cura?

Tu silencio, bien traído,
la sospecha corrobora:
como un ángel despedido,
tu vocación ha caído
con alguna pecadora.

Se dijo que rogarías
al papa, humilde y beato,
dispensa de celibato,
y entonces te casarías
con religioso boato.

Se dijo que deseabas
un arreglo decoroso,
porque saldrías airoso
del escándalo, sin trabas
para tu enlace piadoso.

Pero ya saliste, ufano,
de tus antiguas creencias,
pues el perdón vaticano
llega tarde, mal y en vano
para lúbricas urgencias.

Cuando te guía la audacia,
¿qué más da la burocracia
de las cámaras papales?
Elige todos los males,
pues ya caíste en desgracia.

Y entonces, defenestrado
como lúbrico demonio,
rematando lo iniciado,
consumarás el pecado
con un civil matrimonio.

Tus colegas eclesiales
te suplican, a raudales,
que nunca los abandones,
pues encendías pasiones
en curas y cardenales.

No peques de mojigato
si ya pecas de voluble:
¡corona tu desacato
de legal concubinato,
fácilmente disoluble!

Más tarde, si no funciona
tu matrimonial consorcio,
tu liberada pichona
podrá buscarse buscona,
con repentino divorcio.

Y así, galante indeciso,
tenorio de lengua falsa,
te llamarán, sin permiso,
perejil de toda salsa,
picante de todo guiso.

Pero dejemos ahora
tanta lascivia futura,
tanta urgencia abrasadora:
pensemos hoy en el cura
y en su amada pecadora.

La impúdica novelista,
retoño y apologista
del gran lucero caído,
le enseña a su prometido
la religión satanista.

Lo seduce la perversa,
con su blanca mano tersa,
y en el cuerpo le dibuja
señales de cruz inversa,
para sus artes de bruja.

Y el obispo manumiso
la toca al fin de su espalda,
pues la bruja, de improviso,
le dice que el paraíso
la quema bajo su falda.

Lloran los cielos de pena
mientras aplaude el infierno,
que Satanás, en la trena,
festeja su enhorabuena:
¡tendrá un obispo de yerno!

Quizás el gran condenado
salga de región oscura
y aparezca de invitado,
si la novia lo conjura,
en casorio de pecado.

Ya las alas de los vientos
difunden tales rumores,
pero, damas y señores,
no se fíen de los cuentos
y menos de sus autores.

Quédense con lo ocurrido:
ni dioses ni majestades
matan la fiera libido,
que las manos de Cupido
no saben de castidades.

Solsona vale una misa,
mientras un cura bisoño
no quiera sacerdotisa,
y el infierno vale un coño
si un apuro la precisa.

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