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martes, 15 de diciembre de 2020

Carta a un migrante

Imagen del rescate de un naufragio de migrantes. Fuente: Público

Me dicen que llegaste, despojado,
surcando un oceánico desierto,
y este mundo, penal desangelado,
te legó su destino más incierto.

Desnudo vienes, trémulo migrante,
y en los ojos ocultas un abismo,
como jirón del África sangrante
sobre las aras del capitalismo.

¿Qué diré de la historia de tu gente,
de los pueblos hundidos en cadenas?
¿Qué diré de tu negro continente,
de la sangre que brota de sus venas?

Tu historia la forjaron mercaderes,
raptando, con salvajes marineros,
a tus hombres, tus niños, tus mujeres,
perdidos en subastas de negreros.

El Congo y su violento genocidio,
las infinitas guerras coloniales,
hicieron de tu cuna su presidio,
rebosante de crímenes brutales.

Y la historia prosigue con sus fieras,
saqueando con furia, desatada,
piedras, metales, frutos y maderas
en el seno del África violada.

Ya navegan los buques factoría:
despojan la ribera mauritana
de pescado, futuro y alegría,
dejando sombras de miseria humana.

Y así los pescadores, derrotados,
perdiendo su trabajo y alimento,
se lanzan a cayucos desatados
como las hojas en el duro viento.

¿Qué son las joyas de la infame Europa,
museos y palacios relumbrantes,
si gritan los jirones de tu ropa
la suerte universal de los migrantes?

¿Qué me importan sus árboles, grandiosas
atalayas de frutos y simientes?
He visto sus raíces tenebrosas,
empapadas en sangre de inocentes.

No vale más la prodigiosa Atenas
que la gran Tombuctú, la imagen pura
de torres que sostienen las arenas
con su adobe de firme compostura.

¿Y acaso la inmortal Venus de Milo
vale más que los bronces nigerianos
de la cultura Ifé, de suave estilo,
desarrollados con maestras manos?

Ahora muchos como tú, migrantes,
viajeros en escalas imprevistas,
vagan tejiendo círculos errantes
en las calles vacías de turistas.

¿Puedo salvarte yo de la tragedia,
yo, que no tengo sino puro llanto,
si tu sino mortal no se remedia
con la música yerma de mi canto?

Yo grito que me dueles, pues el miedo
no me derrota, semejante humano,
pues en silencio criminal no puedo
volverte mis espaldas, africano.

Recibe tú mis voces desoladas
entre la masa indómita del odio:
yo recojo tus lágrimas cansadas
y las conservo, como fiel custodio.

Los incógnitos hijos del futuro
sabrán los accidentes de la historia,
y el eco infame de este siglo oscuro
sacudirá, temblando, su memoria.

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