Vistas de página en total

miércoles, 18 de mayo de 2022

Tereshkova

Valentina Tereshkova con su traje de cosmonauta en 1962. Fuente: Mujeres con ciencia

Urania de la gran astronomía,
ven a mí, que requiero tus favores,
y vísteme de cósmica armonía,
para que los indómitos fulgores
de los astros me den su poesía,
y así recuerde yo, con esplendores,
cuando pisó tu diáfano palacio
la primera mujer en el espacio.

La gente medieval, en sus hogares,
creía que las brujas, con escoba,
llegaban a los ámbitos lunares,
mundos lejanos cuya luz arroba,
pero nunca soñó que en estelares
audacias Valentina Tereshkova,
la rompedora de invisibles techos,
convirtiera sus fábulas en hechos.

Tereshkova inició su aprendizaje
con un aeroclub, determinada,
buscando libertad en alto viaje.
Paracaidista rusa consumada,
saltaba con su indómito coraje
del avión, como bala disparada,
pues hacía figuras en el cielo
mientras iba cayendo sobre el suelo.

Su buen oficio de paracaidista
resultó insuficiente, sin embargo,
para aquella soldado feminista:
sus jefes le pidieron, sin letargo,
que entrase en el partido comunista,
y así le dieron un pequeño cargo
de secretaria de sus juventudes,
para darle soviéticas virtudes.

El ingeniero Koroliov quería
que una dama pisara las regiones
cósmicas, hecha ya la travesía
de Gagarin, que lauros y blasones
al régimen soviético ofrecía,
y a tales fines empezó gestiones,
organizando, con severas pautas,
la busca de mujeres cosmonautas.

Y más de cuatrocientas aspirantes
a cosmonauta fueron evaluadas,
con pruebas y ejercicios desafiantes
que dejaron a muchas agotadas.
Valentina, con fuerzas incesantes,
dejaba atrás a todas las llamadas,
hasta que fue la unánime escogida
para la gran hazaña de su vida.

Al fin, cuando llegó mil novecientos
sesenta y tres, en tórrido verano,
la suerte desató felices vientos
y logró Tereshkova, con ufano
deseo, consumar sus pensamientos
de verse en el espacio más lejano,
pues en el Vostok seis, en su aventura,
la destinaron a la gran altura.

Tres infinitos días viajó sola,
tres vueltas de la Tierra al sol apenas,
en su Vostok, lucida caracola
que surcó las profundas y serenas
alturas del espacio, como bola
de fuego coronada con antenas,
describiendo sus lóbregos parajes
en ondas portadoras de mensajes.

Gagarin fue el primero que volara
tales regiones, pero su proeza
no dice mucho cuando se compara
con el viaje espacial, con la grandeza
de Valentina, que, de forma clara,
pasó tres noches en la fortaleza
del cosmos, en el reino del vacío,
donde se imponen soledad y frío.

Con esa nave circundó la Tierra
cuarenta y ocho veces en su vuelo,
como nave que libra tensa guerra
no con el agua, sino con el cielo,
mientras la grave capitana yerra
noche y día, con áspero desvelo,
soportando, con dura valentía,
mareos en su larga travesía.

¡Colón, escucha! La mujer valiente
nuevos mundos conoce y te supera.
¡Elcano, mira al cielo! Diligente,
con su nave fortísima y ligera,
Tereshkova circunda velozmente
lo que tú no soñaste ni siquiera.
¡Pizarro y Orellana, vengan juntos
y de nuevo desplómense difuntos!

¡Navega, Cook, hermosos continentes
e islarios en altísimas regiones!
¡Livingstone, halla las ocultas fuentes
de Nilos hechos de constelaciones!
¡Rhodes, camina los ámbitos lucientes,
mayores que tus anchas posesiones!
Ante la voz del infinito, yerra
quien solo busca un átomo de tierra.

No precisó de cruces ni de espadas
la cosmonauta rusa para un vuelo,
ni perseguía minas abultadas
con oro, plata y gemas en el cielo,
sino datos de cosas ignoradas
que indagan los humanos con desvelo,
pues ilustran la humana inteligencia
las audaces conquistas de la ciencia.

Pero toda conquista no se gana
sino con sacrificios a destajo,
pues nunca vio la condición humana
progreso ni ventura sin trabajo.
Y así fue con la hazaña soberana
de la gran Tereshkova, pues le trajo
cuidados y fatigas la aventura,
pero supo vencerlos con mesura.

¿Qué sufrió Tereshkova? Quizá miedo,
pues el cosmos podía, fieramente,
llevársela de golpe, con su quedo
remolino de furia persistente.
Sin embargo, mostraba su denuedo,
pues redactó su diario, diligente,
y anotó las diversas incidencias
del vuelo, para lustre de las ciencias.

Las corrientes ignotas del vacío,
mortales avenidas, impulsaban
su nave lejos de la Tierra, al frío
donde los astros pálidos acaban.
La rusa, con aplomo y señorío,
triunfó de las inercias que pujaban,
alterando su rumbo con mesura
para quedarse en órbita segura.

Si las abejas, cuando vagan solas
y borrachas de pólenes variados,
admiran los estambres y corolas,
Valentina, con ojos deslumbrados,
vio los astros de blancas aureolas
y, borracha de cielos estrellados,
pensó quedarse en tales derroteros,
haciéndose eremita de luceros.

Ella también miraba, pensativa,
la danza musical de las esferas,
y se decía a solas: “Aquí arriba,
no distingo países ni fronteras”.
¿Y para qué la humanidad, esquiva,
se divide con himnos y banderas?
¿Si vamos todos en la misma nave,
dejaremos que el odio nos acabe?

Al fin Altái, el corazón y centro
del Asia, le dejó sus verdes prados
para un aterrizaje, gran encuentro
de la tierra y el cielo conjugados.
Cuando volaba Tereshkova dentro
del aire, conoció, con asombrados
ojos, cómo su bólido corría
y a la hierba, de golpe, descendía.

No bien cayó la aparatosa nave,
saltó la rusa audaz con el asiento
de su cabina, como grácil ave,
y alzó un paracaídas en el viento,
como sutil vilano o pluma suave
se desliza a través de su elemento,
de forma que su intrépida acrobacia
parecía un balé de casta gracia.

Vinieron a caballo los pastores
a verla, como insigne personaje,
vistiendo sus pellizas de colores
y sus gorras cubiertas de pelaje,
coreando sus cantos de labores
como señal de rústico homenaje,
pues el rústico modo, con holgura,
vale más que la hipócrita finura.

Tereshkova lo dijo: "Ningún ave
se eleva usando solamente un ala".
Si la mujer lo mismo puede y sabe
que el hombre, pisen la sutil escala
de la atmósfera juntos, y su nave
remonte en el espacio, como bala,
y así, crecida como rosa nueva,
despliegue con Adán sus alas Eva.

No hay comentarios: