con su manto de sal y maresía,
dame tu joven oro, pues imbuye
mi esqueleto de ciega valentía,
pues, alumbrando, nunca disminuye.
Líbrame siempre de melancolía,
como la gran espuma se diluye
con la marea, como nace el día,
pues la noche, temiéndote, rehúye
las auroras que funden platería.
Sol, a veces me siento decaído,
pero de golpe mis ventanas abro,
solo para tus dones intangibles,
y me tornas en ágave florido
y en cardón, espinoso candelabro,
si me prenden fogatas invisibles.
Nota: el poema se ajusta a la forma métrica denominada “quinsoneto”, una variación sobre el soneto clásico propuesta por el poeta cubano Alexis Díaz Pimienta.
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