Un voluntario de Cruz Roja reanima a Nabody, una niña de dos años que llegó en patera a Gran Canaria procedente de Mali, el 17 de marzo de 2021, y falleció el 21 de marzo del mismo año. Foto: El Huffington Post
[...] el mundo grande y terrible. (Antonio Gramsci)
Una de las músicas a las que siempre retorno (y que jamás me canso de escuchar) es el Contrapunctus XIV de El arte de la fuga, la gran obra que junto con La ofrenda musical forma el testamento sonoro de Johann Sebastian Bach. Los dos últimos siglos han visto la aparición de numerosas versiones de El arte de la fuga (por ejemplo,para clavicémbalo, para piano, para órgano, para violonchelo o para cuarteto de cuerdas), pues el viejo maestro no escribió en la partitura original ninguna indicación de qué instrumento debía emplearse para tocar esta serie de piezas, aunque sus datos biográficos apuntan a que la habría compuesto sobre un teclado, seguramente de clavicémbalo o de órgano. Se trata de música pura, creada en un momento en que Bach había perdido la vista casi del todo, enfermo de cataratas, y le costaba cada vez más atender su trabajo como maestro de capilla.
En su genialidad, Bach reúne y concilia dos extremos opuestos, alcanzando la más profunda emoción a través de una formalidad basada en el contrapunto más riguroso, que ya había comenzado a pasarse de moda cuando escribió El arte de la fuga. Algunos musicólogos sugieren que Bach habría usado permutaciones de números para componer estas piezas, de modo que cada una de las frases musicales que constituyen una fuga se correspondería con un número determinado. El orden de estas frases musicales obedecería a una matriz de permutación (es decir, una serie de números sobre la cual se establecen ciertas variaciones). Esta técnica de composición podría haberse desarrollado como una versión musical de la gematría, un método esotérico de interpretación de los textos sagrados, que proviene de los cabalistas judíos y que consiste en asignar un valor numérico a cada letra para desvelar significados ocultos en las palabras. De hecho, la gematría se difundió entre algunos círculos de místicos y eruditos a partir del Renacimiento en Europa, dando origen a la denominada cábala cristiana.
Al mismo tiempo, se percibe un tono crepuscular en esta música, como si el viejo maestro no solo supiera que sus fuerzas se agotan y se está acercando al término de sus días, sino también que la realidad última de la existencia, imposible de comunicar a través de las palabras, se manifiesta en el sonido puro. Pero no hay miedo ni desesperación, sino una aceptación serena del sufrimiento y una esperanza secreta en esa realidad última, que habita más allá del silencio de lo desconocido. Émile Cioran lo definió de esta manera: La música de Bach es la única razón para pensar que el Universo no es un desastre total. Con Bach todo es profundo, real, nada es fingido. El compositor nos inspira sentimientos que no nos puede dar la literatura, porque Bach no tiene nada que ver con el lenguaje.
El pianista Glenn Gould, un genio tan extraño y sublime como el propio Bach, supo recoger con absoluta fidelidad el espíritu de El arte de la fuga, a pesar del carácter atípico de sus interpretaciones (o quizá por ello). Incluso lo que parece superfluo y extravagante, como su tarareo o sus insólitos gestos, otorga a su trabajo pianístico un sello de autenticidad inconfundible. El Contrapunctus XIV termina de forma abrupta, con una frase musical incompleta: aunque la leyenda dice que Bach murió antes de poder acabarlo, probablemente la última página del manuscrito se perdiera, de modo que los hijos del compositor publicaron la pieza tal y como la habían encontrado en los papeles de su padre. En todo caso, su incompletitud la vuelve todavía más fascinante y sobrecogedora, como la técnica del non finito que caracteriza las últimas esculturas de Miguel Ángel.
La cortesana (1910). Óleo sobre lienzo de Pablo Picasso.
Dijo Yahvé a Oseas: Ve y toma por mujer a una prostituta y engendra hijos de prostitución, pues que se prostituye la tierra apartándose de Yahvé. (OSEAS, 1, 2)
Yo soy Gomer, la impúdica, la infame, la puta malcasada con Oseas, profeta de Israel, según mandatos de un dios al que jamás he conocido. Ni una sola palabra de mi historia pude escribirla yo: sin consultarme, la hicieron los varones de mi tribu, quienes me destinaron a mi esposo como negra paloma, como inútil ofrenda para un tálamo desierto.
Yo nunca fui dichosa. Condenada, sin remisión, al santo matrimonio, lloraba siempre muda, siempre sola, temiendo que mi esposo conociera mi secreto de lágrimas furtivas. Él nunca dio razones a mi llanto; conmigo fue solícito y amable, pero… ¿cómo podía yo quererlo, si me casé con un desconocido? Ningún escriba de reales cortes mojó sus plumas en mi oscuro llanto. Mis lágrimas decoran, como tenues aljófares, la noche de los tiempos.
Harta ya de mi estado, quise verme lejos de muros, libre de cadenas, y al fin corrí detrás de los amantes. Era yo joven, y mis pechos firmes, bañados en la mirra y el incienso del Oriente, gritaban con sus formas una sed acuciante de lujuria. Yo me entregué sin límites, rompiendo mis votos maritales con Oseas, y conocí, pisando las alcobas, la gracia de sentirme deseada, sobre lechos indómitos y ajenos.
En las casas de mármoles fastuosos dancé con mis queridos, en las noches eternas del verano, con susurros de flautas y de címbalos ardientes, hasta desfallecernos, agotados, como rosas que el céfiro deshoja. Yo conocí la música y el vino, yo conocí manjares misteriosos y un río de caricias y perfumes en la materna leche de los astros. Y no pensé en el dios al que rezaban, temblando, los varones de mi tribu. Mis afanes buscaron otras aras, y a los pies de Baal, un dios astado, yo me rendí, pletórica de goce, y esperé más amantes en la sombra.
Pero mi esposo me buscó, sin tregua, y ejerció su derecho de comprarme, para que yo siguiera sus caminos. Pagó mi precio, con cebada y plata, a quien fuera mi amante en esos días: terminaron las danzas, y cayeron los címbalos y flautas a la tierra, y en las copas de virgen alabastro se corrompieron vinos y perfumes. El dios incomprensible de mi esposo ganaba su partida, satisfecho, con su legión de hipócritas varones. Aunque yo, la insolente, la desnuda, no persigo maridos que me salven: prefería venderme, sin tapujos, antes de ser comprada como yegua, sin consultarme nunca mis deseos.
Ya terminé mis fulgurantes horas de libertad, mis horas de pecados. Ahora soy la puta redimida, la sierva del profeta. Mis palabras tendrán la sepultura del silencio, pues quedarán al margen de la historia. Pero yo todavía me resisto y en mi casa, mirando los fogones, en silencio repito los conjuros de mi gran Astarté, la diosa madre. Siento un eco de músicas remotas y sueño que sus hijas, las impuras, decapitan al sumo sacerdote y arrojan a Yavé de sus altares.