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jueves, 18 de marzo de 2021

Un genio extraño y sublime


Una de las músicas a las que siempre retorno (y que jamás me canso de escuchar) es el Contrapunctus XIV de El arte de la fuga, la gran obra que junto con La ofrenda musical forma el testamento sonoro de Johann Sebastian Bach. Los dos últimos siglos han visto la aparición de numerosas versiones de El arte de la fuga (por ejemplo, para clavicémbalo, para piano, para órgano, para violonchelo o para cuarteto de cuerdas), pues el viejo maestro no escribió en la partitura original ninguna indicación de qué instrumento debía emplearse para tocar esta serie de piezas, aunque sus datos biográficos apuntan a que la habría compuesto sobre un teclado, seguramente de clavicémbalo o de órgano. Se trata de música pura, creada en un momento en que Bach había perdido la vista casi del todo, enfermo de cataratas, y le costaba cada vez más atender su trabajo como maestro de capilla.

En su genialidad, Bach reúne y concilia dos extremos opuestos, alcanzando la más profunda emoción a través de una formalidad basada en el contrapunto más riguroso, que ya había comenzado a pasarse de moda cuando escribió El arte de la fuga. Algunos musicólogos sugieren que Bach habría usado permutaciones de números para componer estas piezas, de modo que cada una de las frases musicales que constituyen una fuga se correspondería con un número determinado. El orden de estas frases musicales obedecería a una matriz de permutación (es decir, una serie de números sobre la cual se establecen ciertas variaciones). Esta técnica de composición podría haberse desarrollado como una versión musical de la gematría, un método esotérico de interpretación de los textos sagrados, que proviene de los cabalistas judíos y que consiste en asignar un valor numérico a cada letra para desvelar significados ocultos en las palabras. De hecho, la gematría se difundió entre algunos círculos de místicos y eruditos a partir del Renacimiento en Europa, dando origen a la denominada cábala cristiana.

Al mismo tiempo, se percibe un tono crepuscular en esta música, como si el viejo maestro no solo supiera que sus fuerzas se agotan y se está acercando al término de sus días, sino también que la realidad última de la existencia, imposible de comunicar a través de las palabras, se manifiesta en el sonido puro. Pero no hay miedo ni desesperación, sino una aceptación serena del sufrimiento y una esperanza secreta en esa realidad última, que habita más allá del silencio de lo desconocido. Émile Cioran lo definió de esta manera: La música de Bach es la única razón para pensar que el Universo no es un desastre total. Con Bach todo es profundo, real, nada es fingido. El compositor nos inspira sentimientos que no nos puede dar la literatura, porque Bach no tiene nada que ver con el lenguaje.

El pianista Glenn Gould, un genio tan extraño y sublime como el propio Bach, supo recoger con absoluta fidelidad el espíritu de El arte de la fuga, a pesar del carácter atípico de sus interpretaciones (o quizá por ello). Incluso lo que parece superfluo y extravagante, como su tarareo o sus insólitos gestos, otorga a su trabajo pianístico un sello de autenticidad inconfundible. El Contrapunctus XIV termina de forma abrupta, con una frase musical incompleta: aunque la leyenda dice que Bach murió antes de poder acabarlo, probablemente la última página del manuscrito se perdiera, de modo que los hijos del compositor publicaron la pieza tal y como la habían encontrado en los papeles de su padre. En todo caso, su incompletitud la vuelve todavía más fascinante y sobrecogedora, como la técnica del non finito que caracteriza las últimas esculturas de Miguel Ángel.

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