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sábado, 28 de marzo de 2020

El Ermitaño

El Ermitaño. Ilustración de Barrington Colby para el interior del cuarto álbum de Led Zeppelin.

Bajo la inmensa noche solitaria,
levanta un ermitaño, sigiloso,
su trémulo fanal, su luminaria,
cubriéndose con hábito mugroso.

Ciego durmiente, huérfano de estrellas,
un cielo tenebroso lo protege,
y esconde los caminos de sus huellas
en el abismo que la sombra teje.

A sus pies, los desnudos horizontes
duermen como vacía sepultura,
y las gélidas cumbres de los montes
le parecen desiertos de blancura.

Él baja su cabeza, resignado,
mientras arde su gran sabiduría,
pues algún caminante desolado
verá su luz, en tenue lejanía;

y, cerrando sus párpados, admira
dentro de sí, los mundos ulteriores,
y en su cámara negra se retira,
surcando sus galaxias interiores;

pues sabe que su luz no brota fuera,
con yescas o inflamados pedernales,
sino que nace de sutil esfera,
de sus mundos arcanos y mentales.

Su báculo robusto lo sostiene,
columna de sus manos fatigadas,
como su inteligencia lo previene
de sombras, de mentiras, de celadas.

Su corazón ajusta sus latidos
al diáfano compás del universo,
como danzan los átomos perdidos
en el cosmos inútil y disperso.

No lucha ni atesora, sino piensa,
desvelando razones y misterios,
y su tarea, muda pero intensa,
nada sabe de tronos o de imperios.

No le incitan las armas, con sus ruidos,
pasión infame de los temerarios,
ni persigue dineros mal habidos
con maniobras de números bancarios.

Y, si emerge su pálida figura
del mazo del tarot, en la videncia,
su rostro dice la verdad oscura
como llama de fúlgida presencia.

Y desde su atalaya, grave roca,
buscando soledad en su acomodo,
revela sus oráculos e invoca
la nada ilimitable que es el todo.

1 comentario:

manuel dijo...


Me gusta el simbolismo del Tarot y especialmente ese arcano IX. Pero hay que complementarlo con el negativo. Yo suelo hacer una doble columna. Asociaciones positivas y negativas, la buena y la mala luz.

Hay un viejo orgulloso que antepone su saber al de los comunes, por eso, zaratrustianamente, se sube a su atalaya. Ese viejo rígido, melancólico que no acepta el "nosotros" alegre de los jóvenes pero que tiene, salvo que su carisma lo haga agradable, un destino de esterilidad.