Eva. Escultura en mármol de Auguste Rodin. Museo Soumaya. |
Yo soy Eva, la sombra del misterio,
la pura fuente de la vida humana:
las tablillas grabadas en sumerio
me imaginaron como diosa arcana.
Yo pisé los abismos de lo humano,
descubriendo jardines y serpientes;
Adán y yo caímos de la mano,
pues éramos iguales e inocentes.
Nunca fui la costilla de mi esposo,
como dijeron mitos ancestrales:
un origen profundo y azaroso
callaban mis honduras maternales.
Adán halló la cueva luminosa
dentro de mí, guardándose del frío,
y en la noche materna y misteriosa
conjugué su deseo con el mío.
Cargué las mitocondrias en mi seno,
para todas las hijas de la historia,
como la fuerza indómita del trueno
sacude, retumbando, la memoria;
de mí provienen todas las humanas
como ríos de fértiles caudales;
niñas, adultas, jóvenes, ancianas
brotaron de mis genes primordiales.
Yo soy la joven Isis descubierta,
sin máscara ni velo; soy vigía,
guardando los misterios en la puerta
solemne de la gran sabiduría.
Yo soy la emperatriz iluminada,
la papisa de tiara fulgurante;
soy la justicia, firme con su espada,
y el mundo, con su náyade volante.
Yo soy, al cabo, todas las mujeres,
las hermanas que siguen mi camino,
pues ejercen los diáfanos poderes
que surgen del misterio femenino;
porque, si Adán es nada, yo soy ave
que nace de su incógnito reverso;
yo le descubro, con dorada llave,
la forma de este grácil universo.
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