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sábado, 12 de octubre de 2019

Eva

Eva. Escultura en mármol de Auguste Rodin. Museo Soumaya.

Yo soy Eva, la sombra del misterio,
la pura fuente de la vida humana:
las tablillas grabadas en sumerio
me imaginaron como diosa arcana.

Yo pisé los abismos de lo humano,
descubriendo jardines y serpientes;
Adán y yo caímos de la mano,
pues éramos iguales e inocentes.

Nunca fui la costilla de mi esposo,
como dijeron mitos ancestrales:
un origen profundo y azaroso
callaban mis honduras maternales.

Adán halló la cueva luminosa
dentro de mí, guardándose del frío,
y en la noche materna y misteriosa
conjugué su deseo con el mío.

Cargué las mitocondrias en mi seno,
para todas las hijas de la historia,
como la fuerza indómita del trueno
sacude, retumbando, la memoria;

de mí provienen todas las humanas
como ríos de fértiles caudales;
niñas, adultas, jóvenes, ancianas
brotaron de mis genes primordiales.

Yo soy la joven Isis descubierta,
sin máscara ni velo; soy vigía,
guardando los misterios en la puerta
solemne de la gran sabiduría.

Yo soy la emperatriz iluminada,
la papisa de tiara fulgurante;
soy la justicia, firme con su espada,
y el mundo, con su náyade volante.

Yo soy, al cabo, todas las mujeres,
las hermanas que siguen mi camino,
pues ejercen los diáfanos poderes
que surgen del misterio femenino;

porque, si Adán es nada, yo soy ave
que nace de su incógnito reverso;
yo le descubro, con dorada llave,
la forma de este grácil universo.

sábado, 5 de octubre de 2019

Adán

Adán. Escultura en bronce de Auguste Rodin. Metropolitan Museum of Art (Nueva York).

Adán yo soy: entonces, yo soy nada;
soy un eco del sueño más profundo.
Soy la sombra del tiempo revelada
sobre el espejo insólito del mundo.

Solo soy el primero de los hombres
que regarán el cauce de la historia;
los ecos infinitos de sus nombres
emergen de mi prístina memoria.

Yo conocí la sombra del pecado
como reino de fértiles jardines,
cuando mordí su fruto desolado
y un ángel me privó de sus confines;

luego me despojé de la inocencia,
cuando vestí mi falo de pudores,
y detrás de mi lóbrega conciencia
me rondaron fantasmas y temores.

Y conocí la muerte, la semilla
de las arcanas furias que dirigen
mi corazón, formado con arcilla,
desde la ciega noche de su origen;

cuando fríos microbios copularon,
cubriendo los océanos primeros,
de modo que sus genes ocultaron
la maldición de Tánatos en Eros.

Dejé mi selva, mi frondosa cuna,
persiguiendo la indómita sabana,
cuando los ecos de mortal hambruna
casi anularon a mi estirpe humana;

y así quedó mi viejo cromosoma,
velado con la sombra de mis hijos,
hasta cuando las llaves del genoma
descubrieron sus números prolijos.

Aunque no me conocen los vivientes,
aún dibujo mis cansadas huellas,
con los pies numerosos de las gentes,
en el rumbo que fijan las estrellas;

y mis ojos preguntan, abrumados,
qué fin esconderá mi largo viaje,
mi camino de círculos borrados
en las dunas ardientes del paisaje.

Pero quizás, al cabo de milenios,
conoceré la ciencia destruida,
la fuente de los mundos primigenios,
la rosa llameante de la vida;

surcaré, solitario pasajero,
mares de luz en el espacio oscuro,
despejando su cósmico sendero,
la incógnita brumosa del futuro;

y elevaré mi carne, como un grito
de luz, en poderosa vestidura,
y alegres tocarán el infinito
mis alas, con su férvida premura;

cuando retumbe la sagrada trompa
del juicio, consumando las edades,
y el orden subatómico se rompa,
forjando, como Dios, eternidades.

Entonces él y yo seremos uno,
fundidos en el tiempo y el espacio,
y en su reino, sin límite ninguno,
yo colmaré su fúlgido palacio.