(A Héctor Vargas Ruiz)
Te fuiste sin
aviso, de repente,
sin decirnos
adónde te marchabas,
asido a la cuerda
rota del vacío.
El aullido mortal
de los huracanes
batía las
ventanas de tu casa;
los agravios
infames de la vida,
esa vida que
amaste sin mesura,
habían rebosado ya
tu vaso.
Ahora que te has
ido nos dolemos a solas,
mesándonos en
vano los cabellos,
y repetimos tu
nombre sin descanso,
como quien llama
a gritos,
desde los
arrecifes de la costa,
a un marinero
perdido en las aguas;
sabiendo que, de
ahora en adelante,
ya sólo te
veremos
en el espejo
invisible de la memoria.
Ahora que te has
ido,
las arcadas vacías
de los puentes
irradian un
gemido silencioso;
los árboles,
llorando, se desangran,
como venas
abiertas en la sombra;
los cauces de los
áridos barrancos
llevan aguas
oscuras de lamentos.
Recuerdo cómo
aleteabas,
desvelada
luciérnaga, en la noche,
con una luz más viva que todas las farolas
y todos los
neones de los bares,
en la ciudad
borracha de licores amargos.
Y tus alas giraban delante de nosotros,
que fuimos y
seremos tus amigos,
con la pureza de tu mirada impura,
llena de lúcida pasión, más honda que la nuestra.
llena de lúcida pasión, más honda que la nuestra.
Eras dichoso y
libre:
seguías el
mandato de la vida,
las voces
imperiosas de tu sangre,
fuera de los
caminos
donde pasa la inerte mayoría:
esclavos de temores e ignorancias
donde pasa la inerte mayoría:
esclavos de temores e ignorancias
que abarrotan las
calles del mundo
con silencio de muertos,
con silencio de muertos,
con aire de sonámbulos cansados.
No importa si bebías
los bares de la
turbia madrugada;
no importa si
apurabas
las horas como
cálidos cigarros
o botellas
espumosas de cerveza.
De pronto, sin
aviso,
nos has dejado
huérfanos ahora.
Pero veo también,
maravillado,
cómo vuela tu
nombre por los aires,
cómo remonta los océanos
de la noche y
abraza las estrellas,
donde vives
ahora,
regando pensativo
los jardines
de las
constelaciones;
donde ahora nos
ves, en la distancia,
con tu sonrisa
límpida y serena,
la sonrisa que
nada, ni la muerte,
conseguirá
llevarse de tus labios.
Y nosotros, los
vivos o los muertos en vida,
guardaremos las
brasas humeantes
que dejaron tus
huellas en el mundo:
llevaremos al
hombro tu memoria,
como un peso
dulcísimo y amado.
Cuando venga la
noche,
para que se
desnuden cielo y tierra,
mostrando lo que
el día nos esconde,
alzaremos los
vasos en tu nombre.
Y habitarás el
vino que bebamos,
llenándonos a
mares de tu vida,
tú, que riegas y
enciendes las estrellas.
1 comentario:
Felicidades
Publicar un comentario