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En la playa desierta,
andábamos cogidos de la mano.
Las nubes, pensamientos de blancura,
surcaban el azul de la mañana,
flotando, como sábanas ligeras,
en los dedos del viento.
Nuestros pies dibujaban
un sendero de huellas en la franja
donde las olas rompen en la arena,
dejando leves marcas de su espuma.
Mientras ambos seguíamos andando,
las olas, como lenguas agitadas,
iban desvaneciendo nuestras huellas.
Y sólo nuestros pasos conocían
el sendero del virgen alborozo.
Las aguas del océano, gentiles,
fueron amorteciendo la marea,
hasta quedarse en calma.
Entonces nos bañamos
en el seno materno de las aguas,
del que salimos puros, irradiando
salada luz y cristalina gracia.
6 comentarios:
¡Qué serenidad de cuerpo y espíritu, Ramiro!
Justo lo que mi cuerpo y mi ánimo precisan en este momento.
Gracias por ello. Un abrazo
Freia:
Me agrada que el poema te transmita una sensación de serenidad, ese don que a menudo nos parece lejano y que todos buscamos en nuestras vidas.
Gracias a ti por haber roto el silencio en que este blog se encontraba. Un abrazo.
me gusta mucho lo que leo en este blog!! seguiré pasando!
Noe:
Me alegro de contar con una nueva lectora. Bienvenida a este blog, y pasa por él cuando quieras. Un saludo.
Hola Ramiro, mirando perfiles encontré tu blog, y me hice seguidora.
Precioso poema, e historia, felicidades.
Saludos
Verónica:
Me alegro de que este poema te guste y de que hayas descubierto este blog. Bienvenida a él.
Saludos cordiales.
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